Ya los antiguos griegos sospechaban que existe una correlación negativa entre inteligencia y religiosidad; o —mejor dicho—: que los ateos tienden a ser más inteligentes que los creyentes. Pero ¿es cierto? y ¿por qué?1
Hay una hipótesis que ha sido estudiada por investigadores de todas las épocas, desde la antigua Grecia hasta nuestros días: ¿Tienden las personas con un alto coeficiente intelectual a ser ateas? Edward Dutton (del Ulster Institute for Social Research) y Dimitri Van der Linden (de la Erasmus-Universität de Rotterdam) se encuentran entonces en buena compañía, pues los psicólogos acaban de publicar los resultados de su trabajo en «Evolutionary Psychological Science»2 , en un nuevo intento por explicar la correlación negativa entre inteligencia y religiosidad, correlación que aparece una y otra vez en la bibliografía científica y que está apoyada por todo tipo de estudios.
Dutton y Van der Linden intentan una explicación apoyada en modelos psicoevolutivos. Afirman que todas las características de la biología humana (desde la anatomía hasta los tipos de comportamiento instintivo y heredado) en última instancia están determinadas por mecanismos evolutivos y son producto de las exigencias del medioambiente. Dutton y Van der Linden entienden a la religiosidad como un tipo específico de instinto, una forma de comportamiento que durante largos períodos de la historia representó una ventaja evolutiva tan significativa que se estableció como un comportamiento habitual, sin que sea nunca cuestionado conscientemente. A mismo tiempo, está demostrado que un mayor grado de inteligencia permite a los seres humanos actuar en contra de sus instintos cuando un análisis racional de la situación así lo requiere. Entonces, la inteligencia y la religiosidad deben tener una correlación negativa.
Hay muchos motivos que apoyan la teoría de que la religiosidad (o dicho en otras palabras: la disposición general, en determinados ámbitos, a confiar en los dictados de la fe sin un examen racional previo), en efecto, se volvió parte de la „dotación instintiva básica“ de los seres humanos, como afirman muchos psicólogos, sociólogos y otros académicos de la religión. Los grupos tienden a hegemonizarse más rápidamente cuando sus miembros se reconocen en una fe común, y pueden reconocer en El Otro más velozmente la predisposición a la cooperación y al altruismo, así como su predisposición para el acatamiento de las normas y las reglas predominantes y la subordinación al marco social vigente. Además, en los grupos que se sienten juzgados por una instancia superior, la violación de las normas suele ser menor. Y en efecto, otro de los indicios que hablan a favor de la categorización de la religiosidad como una forma de instinto, es que éstos aumentan en intensidad en situaciones de estrés, lo que en el caso de la religiosidad ha sido demostrado tanto para individuos como para grupos. También las personas religiosas tienden a tener más hijos, pasando de generación en generación este instinto heredable denominado „religiosidad“.
Por el contrario, las personas inteligentes tienden estadísticamente a tener menos cantidad de hijos; aun cuando se consideren otros factores como la situación socioeconómica o el grado de desarrollo de su país de origen. Sin embargo, la inteligencia también podría brindar una ventaja evolutiva, como reconocen investigadores de cosmovisión más optimista. Dutton y Van der Linden llegan a la conclusión de que estos aspectos llevan a la situación algo paradójica en la que los procesos evolutivos fomentan tanto la inteligencia como la religiosidad, aun cuando ambos aspectos se contradigan entre sí. Cuando una de las dos características se torna muy dominante, sus desventajas intrínsecas comienzan a verse aumentadas y a trabajar en contra del grupo, como constatan los psicólogos con algunos ejemplos: está comprobado que, con el tiempo, los grupos religiosos fundamentalistas se tornan cada vez más cerrados, menos permeables al mundo exterior y terminan paralizándose y extinguiéndose en su propio etnocentrismo; o que por el contrario los grupos de personas demasiado concentradas en su propia inteligencia terminan extinguiéndose simplemente porque no tienen hijos.
Y aunque todo lo anterior sea „altamente especulativo“, como los mismos Dutton y Van der Linden confiesan, su modelo no deja de explicar la ya ampliamente demostrada correlación negativa entre inteligencia y religiosidad.
- por Jan Osterkamp Beten para la revista Spektrum. [↩]
- El paper completo puede leerse aquí [↩]
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