Hace poco vi, por una de esas casualidades de domingo de zaping, una película con Viggo Mortensen que me llamó la atención por la atmósfera de „apocalípsis-zombie sin zombies“, en medio de la cual los protagonistas intentan sobrevivir en un mundo agonizante, frío y sumido en las tinieblas. Ese elemento de la película (que por lo demás no es gran cosa) me resultó muy cautivante y al investigar un poco me enteré que es la adaptación de un libro de Cormac McCarthy, un autor norteamericano hasta entonces desconocido para mí. Cuando poco después leí „La Carretera“ (que sí es excelente, reafirmando aquel mito que reza que las adaptaciones cinematográficas de la literatura nunca son tan buenas como las obras en las que se basan) me puse a pensar en la cantidad de novelas post-apocalípticas „sin zombies“ que existen; la verdad es que hay muchas y muchas son muy buenas. Rescato cinco:
LA PESTE
Albert Camus, Francia, 1947
Estríctamente hablando no puede decirse que ésta sea una novela post-apocalíptica; aquí el mundo no se ha acabado, aunque sí pareciera que está por terminar: está desapareciendo la población entera de una ciudad, producto de la peste. En realidad habla más de la condición humana (todas estas novelas lo hacen, acaso porque el componente absolutamente extremo del „final del mundo“ invita inevitablemente a plantearse la custión sobre la naturaleza humana, definida no necesariamente por lo que hacemos, sino lo que somos capaces de hacer. ¿Y qué mejor situación para descubir lo que somos capaces de hacer que una situación extrema?) Habla de la condición humana, decía, en un marco de enfermedad, muerte y desesperación. Creo que de los cinco títulos es el más optimista, pues también mustra solidaridad, empatía, altruísmo y compasión. La leí siendo un adolescente y si mal no recuerdo, fue mi primer acercamiento al existencialismo; solamente por eso, „La Peste“ es altamente recomendable para cualquiera que todavía no la haya leído.
EL PAÍS DE LAS ÚLTIMAS COSAS
Paul Auster, USA, 1987
Esta corta novela fue mi primer Auster, a quién desde entonces leo con aficción. No es una novela típica de este autor, pero es sumamente impactante: la protagonista viaja a un país desvastado en búsqueda de su hermano y se encuentra sumida (y atrapada) en medio de un lugar desolado y hostil en donde los hombres se dividen en dos grupos: los que luchan desesperadamente por sobrevivir y aquellos que luchan desesperadamente por morir; un mundo en donde proliferan las clínicas de eutanasia y los clubes de suicidio colectivo; un mundo en donde ya no quedan cosas materiales ni cosas simbólicas y en donde la decadencia no sólo es física, sino que es, sobretodo: espiritual y emocional. La decadencia le pertenece a la especie humana; por eso la crítica que hace Auster es, desde mi punto de vista, de corte más existencialista y no tanto social, aunque haya una lectura más política y más extendida (y más efectista, puesto que siempre queda bien hablar mal de la „sociedad de consumo“), que propone que en „el país de las últimas cosas es la pesadilla y el castigo de la sociedad de consumo. Nada peor para la ahíta población del Primer Mundo que verse condenada a vivir como en el Tercer Mundo […] La sociedad de consumo no podía tener otro infierno que el del no consumo.“1
ENSAYO SOBRE LA CEGUERA
José Saramago, Portugal, 1995
El argumento de „Ensayo sobre la ceguera“ es bastante fácil de contar (como en todas las obras del género, por otra parte) pero no por ello se lo puede tildar de falto de originalidad. Una plaga misteriosa e inexplicable le quita la vista a todos los habitantes de la ciudad/país/planeta, debido a lo cual cuya estructura social se derrumba por completo en apenas un par de semanas. Solo la „La esposa del médico“, nuestra protagonista sin nombre, es inmune a esta enfermedad, pero simula haber quedado ciega para no tener que separarse de su marido cuando, al comienzo de la narración, éste es trasladado a un centro de cuarentena. Lo interesante de la novela hay que buscarlo en el plano simbólico y en el plano técnico-literario. Por un lado, no hay que ser Saramago para entender a la ceguera de los personajes como una parábola a la „ceguera mental/moral“ del hombre moderno (Dice Saramago: „Pienso que todos estamos ciegos. Somos ciegos que pueden ver, pero que no miran“); por el otro sí hay que ser Saramago para escribir la novela de la forma que él lo ha hecho, casi sin utilizar puntos, con extensísimas oraciones sin pausas y mezclando las voces narrativas de una manera ejemplar: caótica mas nunca desconcertantemente. La adaptación al cine, de Fernando Meirelles, sí me pareció digna de este libro2). Parece que así también lo sintió el autor, quién en reitaradas ocasiones expresó su agradecimiento y felicidad con la película.
LA CARRETERA
Cormac McCarthy, USA, 2006
De estos cinco títuos, creo que este se ajusta más estríctamente a la categoría de post-apocaíptico. El mundo creado por McCarthy está agonizando y muere realmente; no solamente la especie humana está en vias de extinción, no; aquí no quedan niños ni sexo ni vino; pero la catástrofe es de una dimensión mucho más categórica y mucho más irreversible. Aquí no hay plantas, ni aves ni perros, no hay luz solar, no hay tierra fértil, no hay agua potable, no hay fotosíntesis. El planeta se está muriendo, despidiéndose de la vida con una espesa capa de ceniza gris que todo lo cubre. Bosques enteros de árboles carbonizados y muertos que se derrumban estruendósamente, terremotos que abren la tierra bajo los pies de los pocos sobrevivientes y los engullen como si fueran plancton en las fauces de una ballena. Los últimos grupos sociales han devenido en hordas caníbales que luchan por convertir a los demás en sopa y sobrevivir un dia más. En el oscuro y agonizante mundo de McCarthy no hay esperanza alguna. Creo que ésta es la diferencia fundamental con los demás títulos, en donde siempre existe un dejo de esperanza, por ínfimo que sea. Aquí la travesía hacia „el sur“ de los protagonistas (padre e hijo sin nombres), hacia aquel inalcanzable lugar mejor, suena como una excusa para intentar sobrevivir un día más, como un regalo de falsa esperanza del padre al hijo, nacido después de la catástrofe y quien no sabe cómo era el mundo anterior. Sin embargo —o quizás gracias a ello—, el chico representa la inocencia, empatía, la generosidad y la moralidad que ya no existe, el „último ejemplo de una cosa que pone punto final a su clase“3
MANIGUA
Carlos Ríos, Argentina, 2009
Manigua es una de las novelas más raras que he leído. En apenas sesenta páginas hace un despligue de lucidez narrativa impresionante y caótica a la vez. Todavía no sé si se la puede categorizar realmente dentro de la categoría post-apocalíptica; en el mundo de Ríos se mezclan la sociedad moderna y estructuras tribales de forma artificial y natural a la vez; hay niños con machetes y celulares, que viven en cajas de cartón y se enfurecen al no encontrar algún enemigo a quién matar y jefes tribales que recorren medio continente en autobus, en búsqueda de alguna vaca para sacrificar. Las voces de los personajes se superponen unas con otras, como si estuvieramos escuchando un coral: el resultado es de una belleza incomparable con cualquier otra cosa. Como casi todas las demás, esta es la historia de un viaje, una Road-Novel si se quiere, pero enmarcada en un mundo hostil y terrible: pero poético por sobre todas las cosas. Aquí nuestro mundo bien pudo haber devenido en este otro luego del apocalípsis, o bien podemos estar presenciando un orden social producto de una forma de evolución diferente a la nuestra. Tampoco es algo que importe realmente; esta novela hay que disfrutarla sin intentar entenderla demasiado.
- Véase http://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero34/paisterm.html consultado el 24/08/2013 [↩]
- como una especie de excepción a la regla que mencioné más arriba, pues en mi opinión logró transportar al lenguaje cinematográfico la escencia y la atmósfera de la novela, gracias a un trabajo de dirección y fotografía impecables y una Juliane Moore absolutamente indescriptibe (aunque bien puede ser que mi opinión en este punto no sea del todo imparcial: su trabajo en esta película terminó de sellar mi admiración por la actriz [↩]
- „En aquellos primeros años las carreteras estaban pobladas por refugiados envueltos hasta arriba en sus harapos. Con mascarillas y gafas protectoras, sentados en la cuneta como aviadores fracasados. Sus carretillas repletas de desechos. Tirando de carromatos o carritos de supermercado. Los ojos brillantes en sus cráneos. Hollejos de hombres sin credo tambaleándose por los pasos elevados como emigrantes en una tierra salvaje. La fragilidad de todo por fin revelada. Viejos y preocupantes problemas desintegrados en la nada y la noche. El último ejemplo de una cosa pone punto final a la clase.“ pág. 27 [↩]
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