La columna de hoy de Rolando Hanglin en la nación no decepciona: es tan mediocre como siempre. Veo que sus notas cargan con el subtítulo «Pensamientos incorrectos» y cuando dejo de reír (es todo tan bizarro que no deja de tener su componente surrealista) no puedo evitar sentir un poquitín de vergüenza ajena ante tan pretenciosa sentencia.
Hanglin despotrica contra facebook, o mejor dicho, contra la «devaluación» de la palabra amigo: amigos eran los de antes, no este desconocido, indiferente e insultante amontonamiento de caritas de 20x20px. en la pantalla del monitor y ese grotesco número de «amistades» que termina siendo competencia adolescente por «a ver quién lo tiene más grande» (al número, digo).
Dado que «este país» fomenta el «culto a la amistad» (verdadera) «como ningún otro» y sabe tanto de amigos como de «fútbol o carne asada», dice Rolando que «resulta un poco extravagante que se haya aceptado en nuestro país la amistad-Facebook.» (realmente, este señor da pena: le falta decir que «tenemos todos los climas» y gana el Premio Campanelli al Orgullo Argento –que no existe pero que habría que inventar para galardonar a estos energúmenos-)
Termina el «periodista» haciendo una escueta lista de las cosas para las cuales «internet no sierve», lista por completo inútil por cierto, ya que durante todo su desahogo ya había llegado a la conclusión de que no sirve «para nada» (excepto quizás para encontrar amigos («reales») que viven en el exterior). Más o menos lo mismo que dice Enrique Symns, ¿no? – Bueno, no del todo. El problema es que Rolando no es Enrique. No digo que intente serlo, pero mientras éste tiene la capacidad de elaborar un discurso sólido, elocuente, inteligente y gracioso, aquel lo único que hace es comportarse como mi vecina y repetir de oídas un discurso torpe, prejuicioso y que rebosa de lugares comunes, frases hechas, mediocridad e ignorancia.
Sin embargo, el tema de su columna me hizo acordar a una entrevista a Dirk Baecker que tengo a medio traducir, en donde el sociólogo habla durante más de una hora sobre la sociedad de la información y en donde el periodista, una especie de Rolando Hanglin suizo, hace la misma muestra de ignorancia que su colega argentino y cuenta cómo no entiende por qué en facebook las «amistades» se llaman «amistades». Transcribo un par de párrafos interesantes, mucho más interesantes que la paupérrima columna de Hanglin, y dejo la entrevista completa más abajo, en youtube y aún sin traducir:
– Durante el corto período de tiempo que tuve una cuenta en Facebook, recibí una solicitud de amistad tras otra, de gente que conocía poco o nada, y fue precisamente eso lo me hizo… huír de Facebook. ¿Por qué he de «oficializar» de esa forma una amistad, eso no equivale casi a enterrarla?
– […] Es una discusión que tengo a menudo con mis estudiantes: ¿Qué es hoy un «amigo», si en facebook puedo tener ciento cincuenta o mil quinientos amigos? La respuesta es que sea lo que sea, ya no tiene nada que ver con lo que era antes. (a propósito: nos encontramos aquí frente a una oportunidad maravillosa para investigar que es exactamente lo que era «antes» un amigo. ¿Qué significa exactamente, saber que con suerte uno puede llegar a hacer entre tres y cinco amigos en toda su vida? ¿Cuál es el test que hay que absolver para saber si el otro es un amigo o no? ¿Tiene que ver con la frecuencia con la que nos reunimos? ¿Tiene que ver con la confianza, de que por ejemplo no vaya a hablar mal de mi a mis espaldas? ¿Tiene que ver con alguna forma de intimidad, de compartir esperanzas y miedos? ¿Qué es eso, el «ser amigo»? Una invención de los antiguos griegos…)
– Su pregunta me lleva a lo que (quizás inconcientemente) ha dominado toda nuestra charla: La sociedad informática ¿Es superficial? ¿Ya no profundiza más, ni exige concentración? Los amigos se vuelven conocidos, los conocidos se vuelven amigos…
– Sinceramente, no comparto en lo más mínimo ese tono de crítica cultural; aunque me parece interesante que exista esa observación…
– «Surfear», es la palabra para la superficie…
– No, de ningún modo. «Surfear» (sobre todo si quiere analizar la palabra literalmente, si examina por ejemplo la «cultura del surf» en la costa de california), surfear es una tarea que exige paciencia y concentración extremas, y produce una forma de conexión extraordinariamente intensa con las imprevsibles corrientes del mar, ofrece la posibilidad de encontrarse durante horas «ahí afuera», frente a la costa, en medio de una comunidad (solo en casos excepcionales los surfistas salen solos) y reflexionar sobre lo que pasa «ahí adentro», en el continente, en tierra firme. Surfear es estar en una posición que permite observar el fondo sobre el que flotamos, sabiendo que no sabemos lo que sucede en él (dónde están los tiburones y donde se forman las corrientes y las futuras oportunidades para nosotros mismos) y que permite la observación del propio origen (¿de dónde venimos?) y la reflexión sobre cómo trasladar la propia experiencia de «ahí afuera» a «allí adentro», hacia adentro de la sociedad (en este caso) californiana. De ningún modo es algo superficial, al contrario; pero aquí estamos hablando no ya de una profundización vertical, sino de una horizontal…
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