«Te diran que no hay destino; pero si lo hay: es el que tu has creado.»
Creo que se puede resumir la película (la mejor que vi en lo que va del año y desde entonces parte de mi top ten) con esa frase, parte de un monólogo brillante casi al final y escencia del constructivismo que se respira a lo largo de todo el film, el debut como director del aclamado guionista Charlie Kaufman (de cuya pluma salieron «Being John Malkovich«, «Eternal Sunshine of the Spotless Mind«, «Adaptation«, etc.)
Un guión exquisito y profundamente filosófico en combinación con una puesta en escena absolutamente impecable y un sonido simplemente hermoso (no solamente la banda sonora es perfecta; los efectos sonoros son sutiles pero de una exactitud rayana a lo lyncheano) hacen de esta película una verdadera obra de arte, cargada de inteligente humor, cuya primera media hora introductoria es realista, la hora central surealista y la última media hora de una aglomeración y densidad lírica pocas veces vista, en donde la película experimenta un agudo y a la vez frágil aumento de tensión. La natural explosión que resuelve dicho suspense no es explícitamente violenta, aqui no llueven sapos como en Magnolia, ni hay tiros en la nuca como en American Beauty, pero no por ello deja de ser menos intensa: al monólogo que contiene la cita mencionada más arriba le sigue, durante una escena pacíficamente apocalíptica, un monólogo interior (y final) increíblemente lúcido, desgarrador, preciso; y que describe a la perfección la sinécdoque del film entero. Varios segundos de silencio luego de la cuminación de un fundido en gris, justo antes de los títulos de cierre, nos dan el espacio suficiente para comenzar a reflexionar, dejar escapar una lágrima y sonreír en silencio.
Vi la cinta el sabado pasado y me está pasando como con el primer visionado de Mulholland Drive: esta es una película que no me deja en paz, permanentemente estoy volviendo a ella, en cualquier momento: al levantarme, mientras trabajo, después de comer o en la oscuridad y el silencio que le precede al sueño: volviendo una y otra vez a ciertas escenas impecables, a ciertos diálogos implacables pero imprescindibles.
Leí por ahí que la película vive del libro pero que el debut dirigente de Charlie Kaufman peca de principiante… nada más lejos de la verdad. De hecho una de las escenas más exquisitas del film está construída sobre un corte de menos de un segundo que sintetiza, o mejor dicho: reemplaza a, dos o tres horas de acción dramática (dos o tres horas que entendemos perfectamente y al instante, y nadie podrá convencerme de que ese no sea un mérito del director!) Desde la dirección y la edición, Kaufman logra que percibamos el paso del tiempo como lo hace el protagonista: confundiendo días con años, acción con reacción, causas con efectos. El tiempo de la película fluctúa orgánicamente, acelerando y desacelerando en un pulso casi respiratorio, sanguíneo.
En resumen, «Synecdoche, New York«, es una comedia profundamente triste y certera, técnicamente impecable, de un Charlie Kaufman en su mejor forma y con un Philip Seymour Hoffman absolutamente conmovedor, como siempre. ¡No dejen de verla!
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