Revuelo actual
La muy cuidadosamente planeada denuncia de violación de Thelma Fardín contra Juan Darthés está conmocionando a la Argentina. Digo „muy cuidadosamente planeada“ con toda intención pero sin ningún ánimo peyorativo: si bien es cierto que el muy cuidadoso planeamiento, por una parte, le resta credibilidad a la denuncia, por otra parte le suma fuerza; y fuerza es lo que este tipo de denuncias necesitan en este momento. En lo personal creo que estamos en un punto de transición hacia un lugar más sano de la historia, uno en donde —primero— las agresiones sexuales y los abusos de poder no sigan estando al órden del día y en donde —segundo— no se crea o descrea de este tipo de testimonios solo por la condición de mujer de la testificante. El prejuicio, a favor o en contra, existe pero no es el mismo. Uno es consecuencia del otro y su existencia pareciera ser inevitable para terminar con los dos.
Feminismo según Eva
En este marco, se han mutiplicado las referencias al supuesto feminismo de Eva María Duarte de Perón siempre con ese ánimo tan militante y por consiguiente, tan desacertado. En realidad, el feminismo de Eva Perón era ideológicamente bastante más parecido al machismo de lo que muchos están dispuestos a aceptar. Su feminismo era funcionalista (al movimiento) antes que sincero; existía no solo subordinado a Perón, sino también para y en función de él. (¿Debería, mejor, escribir ‚Él‚? ¡Interrogantes como estos son bastante más desesperanzadores de lo que parecen a simple vista!)
Las feministas, según Eva, eran solteronas (=fracasadas), ridículas, feas y resentidas. Las feministas, según Eva, eran mujeres que fallaron en su vocación, que indudablemente debía haber sido: los hombres (¿Suena asqueroso, verdad? ¡Son sus palabras!)
Según Lara Velazquez1, la Doctrina Peronista ubica a la mujer en su rol tradicional —otro rasgo que comparte con el fascismo—. Si bien Eva resaltaba la lealtad al líder y el abandono de las tareas domésticas, aquí se manifista cierta paradoja, ya que por una parte se ‘exigía’ la salida del hogar para seguir al líder pero, a la vez, se recordaban las sagradas funciones maternales, refiriéndose al estereotipo femenino conservador.
Esto dio como resultado dos tipos de mujer: las domesticas y las obreras. Ideológicamente, sin emargo, estas últimas eran viables únicamente en caso de que de que fuera estríctamente necesario un ingreso adicional al hogar, ya que se creía que, de esa manera, las obligaciones familiares pasarían a un lugar secundario, atentando así contra la „Salud“ de la Raza y la Nación, ya que la capacidad de reproducción de la mujer era un valor fundamental. Las mujeres podían trabajar, pero solamente si ese trabajo era una demanda (económica) para la estabilidad familiar; no como un derecho inherente a su condición de mujer.
En resumen: Eva hubiese luchado en contra del movimiento feminista actual con TODAS sus fuerzas. El imaginario popular, que la supone como una Simone de Beauvoir latinoamericana, está profundamente equivocado (como siempre).
Pero no me crean a mí; ¡Léanla a ella!
La Razón de su vida
“…Millones de hombres han pasado como él frente al problema cada vez más agudo de la mujer en la humanidad de este siglo angustiado, y creo que muy pocos se han detenido y lo han penetrado como él, como Perón, hasta lo más íntimo.
Él me enseñó en esto, como en todas las cosas, el camino.
Las feministas del mundo dirán que empezar así un movimiento femenino es poco femenino… ¡empezar reconociendo en cierto modo la superioridad de un hombre!
No me interesa sin embargo la crítica. […]
Confieso que el día que me vi ante la posibilidad del camino “feminista” me dió un poco de miedo. ¿Qué podía hacer yo , humilde mujer del pueblo, allí donde otras mujeres, más preparadas que yo, habían fracasado rotundamente? ¿Caer en el ridículo? ¿Integrar el núcleo de mujeres resentidas con la mujer y con el hombre, como ha ocurrido con innumerables líderes feministas?
Ni era soltera entrada en años, ni era tan fea por otra parte como para ocupar un puesto así… que, por lo general, en el mundo, desde las feministas inglesas hasta aquí, pertenece, casi con exclusivo derecho, a las mujeres de ese tipo… mujeres cuya primera vocación debió ser indudablemente la de hombres. ¡Y así orientaron los movimientos que ellas condujeron! Parecían estar dominadas por el despecho de no haber nacido hombres, más que por el orgullo de ser mujeres. Creían incluso que era una desgracia ser mujeres… Resentidas con las mujeres porque no querían dejar de serlo y resentidas con los hombres porque no las dejaban ser como ellos, las “feministas”, la inmensa mayoría de las feministas del mundo en cuanto me es conocido, constituían una rara especie de mujeres… ¡que no me pareció nunca del todo mujer!
Y yo no me sentía muy dispuesta a parecerme a ellas.
Un día el General me dió la explicación que yo necesitaba.
“— ¿No ves que ellas han errado el camino? Quieren ser hombres. Es como si para salvar a los obreros yo los hubiese querido hacer oligarcas. Me hubiese quedado sin obreros. Y creo que no hubiese podido mejorar en nada a la oligarquía. No ves que esa clase de “feministas” reniega de la mujer. Algunas ni siquiera se pintan… porque eso, según ellas es propio de mujeres. ¿No ves que quieren ser hombres? Y si lo que necesita el mundo es un movimiento político y social de mujeres… ¡qué poco va a ganar el mundo si las mujeres quieren salvarlo imitándonos a los hombres! Nosotros ya hemos hecho solos, demasiadas cosas raras y hemos embrollado todo, de tal manera, que no sé si se podrá arreglar de nuevo al mundo. Tal vez la mujer pueda salvarnos a condición de que no nos imite.”
Yo recuerdo bien aquella lección del General.
Nunca me pareció tan claro y tan luminoso su pensamiento.
Eso era lo que yo sentía.
Sentía que el movimiento femenino en mi país y en todo el mundo tenía que cumplir una función sublime… y todo cuanto yo conocía del feminismo me parecía ridículo. Es que, no conducido por mujeres sino por “eso” que aspirando a ser hombre, dejaba de ser mujer ¡y no era nada!, el feminismo había dado el paso que va de lo sublime a lo ridículo.
¡Y ése es el paso que trato de no dar jamás!
Duarte de Perón, Eva. „La Razón de mi vida“, Cap. XLVIII
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