En la entrada anterior hablé sobre un proyecto de distribución de contenidos que surgió en el 2010 y que desde entonces ha tenido un éxito considerable: The Humble Indie Bundle.1 Algo parecido está pasando con la industria de la música, en el sentido de que, de a poco, se cristalizan modelos de negocios mucho más acordes a nuestra época, mucho menos restrictivos y que se alejan del paradigma (aún actual) que equipara consumir un producto cultural por internet (ya sea un libro, un disco, una película o lo que sea) con un crímen «malvado».
Desde un punto de vista sociotecnológico-evolutivo, lo interesante del fenómeno es que, para poder florecer, estos modelos comerciales necesitan una plataforma que hace apenas cinco años todavía no existía: la web 2.0 dio lugar a un tipo de conectividad para la que todavía no hemos inventado un nombre, que se basa en el entretejido de las relaciones formadas dentro de las redes sociales, pero que va más allá de facebook y twitter y que todavía puede dar lugar a cosas inimaginables. (Por supuesto, estamos hablando de lo que Ray Kurzweil denomina una tecnología de la información; es natural que los acontecimientos nos sobrepasen vertiginósamente y que nos falten palabras para describir la realidad2 ).
Pero volvamos, puntualmente, a los cambios que se están produciendo a la hora de comercializar música. Evidentemente, la industria del entretenimiento está aceptando (a regañadientes, pero lo está aceptando) que no puede seguir monopolizando alegremente los canales de distribución de contenidos, y como todo organismo (la industria es un sistema, es decir: un organismo social) está comenzando a mutar para no desaparecer. No sabemos si esa mutación la hará más fuerte o a fin de cuentas terminará acabando con ella por completo; sí sabemos que ya no será la misma. La primera mutación, la primera respuesta decente de la industria de la música a la piratería, luego de más de una década de pleitos judiciales vergonzozos y ejecutivos de sueldos millonarios declarando estupideces absolutamente ezquitzofrénicas, fue la que impuso iTunes (cosa que debo reconocer aunque nunca haya sido devoto del culto a Apple y a Steve Jobs), al demostrar que existe un enorme mercado que está dispuesto a pagar un precio justo por los dichosos archivitos .mp3 en lugar de descargarlos gratis (si quisiera expresarlo en términos políticos, diría que —con el perdón de mis amigos de izquierda—, la existencia de iTunes es la prueba fehaciente de que el capitalismo sí funciona y que los mercados sí se regulan a si mismos. Pero no quiero expresarlo en términos políticos :p).
La otra mutación es más reciente, y vino de la mano de la compañía sueca Spotify, que luego de un crecimiento exponencial desde el año 2008, consiguió que muchos de los sellos discográficos más importantes3 , lo autorizaran a ofrecer legalmete toda la música de sus respectivos repertorios (según el sitio, la cantidad es tal que llevaría más de 35 años escuchar todo el catálogo, escuchando sin repetir ninguna canción, 24h por día, 7 días a la semana… y sin contar los más de 10,000 temas que se suman diariamente).
Para ser sinceros, algo parecido había intentado mucho antes el sitio last.fm, que nunca pudo despegar del todo. Sea por la causa que sea, el sistema no tuvo el éxito avasallante del que está disfrutando Spotify. Quizás uno de los motivos debamos buscarlo en la flexibilidad del sistema: Spotify, presentado como un software independiente (o «app» para los smartphones) por un lado explora la sociofísica de nuestro consumo musical (y por supuesto, convierte esos meros datos en información aprovechable) y por el otro, permite la instalación de extensiones de terceros que ayudan a exlporar el inagotable catálogo musical al que el usuario del programa tiene acceso. Y es la organización de la información, la gestión de datos, un aspecto clave que en este caso, porque sirve para decubrir música hasta entonces desconocida para nosotros, pero acorde a nuestro gusto personal. (Realmente, no se me ocurre consecuencia más feliz de la tecnología).
Una de esas extensiones está disponible desde hace pocos días y no deja de sorprenderme: el «Blue Note Records«, presenta la colección completa del legendario sello de Jazz, desde 1939 (año de su fundación) hasta hoy, de forma simple e intuitiva: la combinación de unos pocos filtros (instrumento, época y estilo) nos permite navegar entre los innumerables discos publicados por la discográfica. Aquí y aquí hay un par de reviews de la App, pero por supuesto que es mucho mejor si la instalan y la prueban por ustedes mismos.
En fin, las posibilidades son muchas y todas muy interesantes. Y Spotify es solo una opción entre varias: el Cloud Player de Amazon y Google-Music4 (además del ya mencionado iTunes) completan el cuarteto de los «grandes» distribuidores online, junto a quienes conviven una enorme cantidad de pequeños sitios, sellos y distribuidores independientes. Estoy tentado a cerrar con un «parece que estamos ganando la batalla», pero la evolución no precisa de metáforas bélicas ni de esfuerzos divinos; simplemente, es. Tan inevitable como sencillo. Estamos ganando, eso sí, cultura.
Depende de nosotros, claro, tomarnos el trabajo de buscar algo nuevo para escuchar, ver o leer… en lugar de encender la tv.
- de hecho, a la hora de escribir estas líneas el HumbleIndieBundle #6 está en pleno desarrollo [↩]
- dice Kurzweil aquí: «Todas las tecnologías de la información evolucionan de manera exponencial. Además, practicamente todas las tecnologías se convierten, en algún momento, en tecnologías de la información…» [↩]
- entre ellos Universal Music Group, Sony BMG, EMI Music, Warner Music Group, Merlin y The Orchard, como consta aquí [↩]
- aunque el uso de estos sitios todavía esté limitado a los Estados Unidos [↩]
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