Esta película fue una de las equivocaciones más grandes en las que he incurrido1 . No por haberla visto, sino más bien por no haberla visto durante tantos años. Y aunque no existan disculpas válidas para los prejuicios, voy a intentar una: la estética de marketing que eligieron los productores para promocionar la película, comenzando por el título (si, ya sé que ese es el título original de la novela) hasta el último avance que hubo en su época estuvieron, sin excepción, dirijidos a un público con quien no comparto ninguna de mis inclinaciones cinematográficas. Entiendo las razones comerciales del porqué haya sido así, y repito que ello no disculpa mi ignorancia, no solo sobre la calidad de la película, sino también sobre la controversia que desató el libro que le dió origen; que según voces amigas es muy recomendable, cosa que no me permito dudar pero que luego de dos visionados de la cinta deseo experimentar en carne… o mejor dicho, en ojos propios: Amazon acaba de dejar en mi buzón un ejemplar de «American Psycho», la novela de Breat Easton Ellis, y en estos momentos estoy a punto de comenzar la lectura. Claro que esto es un Blog de cine y no de literatura, por lo cual voy a escribir el comentario que estás leyendo antes de empezar con la lectura del libro, para no enredarme con ningún tipo de interferencia.
Hasta aquí es bastante evidente lo impresionado que estoy. Puede que sea la sorpresa; nunca una película decepcionó positivamente mis espectativas de la forma en la que lo hizo «American Psycho», comencé a verla con desgano, en uno de esos raros momentos en los que usamos al cine para dormir o porque no tenemos drogas a mano, o sea: para no pensar. Tuve que salir rápidamente de mi sopor; con los títulos de apertura comenzó mi sorpresa. La secuencia inicial es delicadísima, y aunque en ese momento no tuve la lucidez para admitirlo, un segundo visionado me hizo reconocer paralelismos con otra introducción genial: la de «The Royal Tenenbaums», (para mí uno de los mejores «openings» en la historia del cine) y ahora que lo escribo y que lo pienso, hasta tengo que reconocer que, en todo caso y dado el órden de los acontecimientos, es la apertura de «The royal…» la que se parece a la de «American…» y no al revés.
Y en seguida, la introducción de Patrick Bateman, pulcra, impecable, un monólogo interior brillante, una cámara plástica y dócil y la introducción de un tema de John Cale, que bien podría haber sido Philipp Glass y que, a excepción de un tema de David Bowie en los títulos de cierre, es el único contraste con una banda sonora de contenido francamente insoportable, que bien podría ser una recopilación de «Greatest Hits of the 80»s», pero que tiene una carga semántica tan importante para la historia que se torna imprescindible y precisa. Justamente es en el análisis de la banda sonora en donde se encuentra un indicio de la prolijidad con la que trabajó Mary Harron,2 enmarcando una larga lista de intrascendencias musicales con dos temas bastante más «arísticos» e «intelectuales», adjetivos que utiliza el mismo Patrick Bateman (el protagonista de nuestra historia), casi al pasar, para describir a los «Genesis» de la primera época, antes que la marca de Phill Collins se hiciera más notable dentro del grupo y éste se volviera «más comercial»… y más accesible al propio Bateman, quien durante toda la película hace alarde de sus conocimientos musicales, confundiendo sistemáticamente «consumo de cultura pop» con «erudición cultural»3 .
Cuando pasada la introducción pero aún en los primeros 20 minutos de la película llegamos a la escena de las tarjetas de presentación y la película se torna decidida e irremediablemente surrealista llegué a dudar seriamente de mi capacidad para discernir entre dos títulos cualesquiera, o en la veracidad del mundo exterior a mi conciencia, y me creí sumergido en un universo en donde al poner una película «A» me presentaban una «B» o «X», en una extraña conspiración al mejor estilo de «misión imposible» para hacerme creer cualquier cosa o llevarme al extremo de la locura.
Y hablando de locura, siento la irrefrenable tentación de perder dos o tres oraciones para referirme a la locura de Patrik Bateman, que, en mayor o menor medida (bueno, por lo general en una medida mucho menor) compartimos todos. Pero no voy a hacerlo. Mejor, mirá la película – que es altamente recomendable y un excelente ejemplo, ahora en un plano metacinematográfico, de cómo debemos permanentemente autocuestionar nuestras convicciones y como muchas veces, al desenmascararlas y detrás de ellas solo hay un ridículo y entorpecedor prejuicio.
En lugar del trailer, torpe y metiroso, dejo aquí la introducción y la Bussines Card Scene, a las que hice referencia más arriba.
- Esta revisión fue publicada el 24/oct del 2009 en mi sitio de cine www.clubdelsilencio.com.ar, que lamentablemente, luego de un cyberataque y hasta que encuentre el tiempo para revivirlo, aún se encuentra offline. Lo republico aquí con la esperanza de, en breve, poder llevarlo nuevamente al reeditado Club del Silencio [↩]
- ¿Quién la conoce? Una ojeada rápida en imbd me dice que «American Psycho» es la única película que dirijió (y guionó) y que el resto de su trabajo, antes y después, fué consumido en la dirección de capítulos de series como «Passadena», «Six Feet Under» y cosas similares… ¡es rarísimo! [↩]
- Quienes siguen mis comentarios saben que no me gusta hablar explícitamente sobre detalles arguemtales de las películas sobre las que escribo, pero en este caso hice una excepción pues éste es un detalle exquisito: confesar que él «no entiende» al Génesis de los »60s y »70s no es muy acorde con la personalidad de Bateman, pero este detalle es crucial y puede leerse como un guiño de la directora al espectador y reafirma la estructura que mencioné más arriba y el metacontenido de la banda sonora [↩]
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