Leyendo el ABC de Paraguay me encontré con un comentario, firmado por Lourdes Peralta, titulado El problema homosexual
A primera vista bien intencionado y reconciliador, entre líneas percibo una clara tendencia conservadora. Lo copio aquí; y a continuación, una pequeña deconstrucción.
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El problema homosexual
por Lourdes Peralta
«En Argentina una pareja gay se fue hasta el fin del mundo (Ushuaia) para “casarse”. Muchos decían: “Solo ahí pudieron hacerlo porque aquí los hubiéramos linchado”. La unión gay se aprobó en Washington, en México y promete extenderse anunciando cambios sociales radicales. ¿Son realmente avances para la humanidad o pronostican un extenso desierto?
Lo bueno de las crisis es que obligan a pensar, en este caso, a la par de palabras de moda –muy abusadas y extremadamente lucrativas- “intolerancia” y “discriminación”. En una entrevista a nuestro diario, una lesbiana declaraba que los homosexuales no podían expresarse sentimentalmente en Asunción porque faltaban locales “buena onda”. Gran relatividad de expresión que da para la polémica infinita. Leyendo sus declaraciones se sienten “como los negros en EE.UU.”. Aunque el pueblo negro sufrió la persecución por motivos muy diferentes; fue raptado violentamente de su lugar y convertido en esclavo, o sea mano de obra gratuita, recepción del trabajo sucio, manual. Se trataba de la extensión de un imperio sobre ellos. No es este el dilema con los homosexuales.
Ciertamente existe discriminación hacia los homosexuales, aunque vanas son sus pretensiones de vivir en un mundo rosa donde puedan besarse, abrazarse, ser vistos como iguales en el plano sexual. El encuentro entre un hombre y una mujer será siempre el motor de la historia. Nadie investiga si entre dos hombres –idem dos mujeres– puede haber concepción. La ambición de que puedan adoptar niños tampoco cierra cuando hay cada vez más parejas heterosexuales que, por lo menos en nuestra cultura, tienen y tendrán prioridad.
Jamás el punto es atizar la caza de homosexuales. Nadie es santo en la cuestión: ni gays revoltosos ni heterosexuales intransigentes. Ojalá encontráramos el diálogo correcto para la convivencia pacífica, convenios legales que nos ordenen, oportunidades laborales. Pero querer cambiar las ideas y convicciones a la fuerza, no es lo más inteligente para el bienestar general. También es importante considerar que entre los homosexuales existe división de criterios. No todos aprueban estos cambios. El actor y locutor uruguayo, Fernando Peña (fallecido), homosexual declarado, mediático y muy sagaz, dijo en uno de sus shows: “Estábamos bien hasta que a un puto se le ocurrió la idiotez de querer casarse con otro puto”.1 Peña se sabía diferente y lo aceptaba. Sufría, como lo confesó muchas veces, una gran tristeza. Pero sobre todo el alud de críticas era él mismo y se las arreglaba para lidiar con su mal genio y su soledad. Su mordaz sinceridad ganó también a un gran público heterosexual.
Los homosexuales han conquistado derechos presionando a los políticos y creciendo en organización, no por pruebas genéticas. Hay, por supuesto, casos muy delicados para los gobiernos, la ética médica y toda la sociedad. Encarar hoy una ampliación de sexos nos lleva a una extenuante guerra de ideologías, moral y religión. “¿Por qué una pareja heterosexual puede besarse en plena calle y no una homosexual?, ¿a quién le daña eso?”. Preguntaba Rosa Posa. Y todos tenemos una respuesta.
Lo grave no es el reconocimiento público de la homosexualidad, eso es algo sensato. Lo condenable es el negocio que se hace de ella promocionándola como una elección sexual. Si el niño heterosexual pregunta: “Papá, ¿por qué se están besando esos dos señores/as” ¿Qué respuesta sería la correcta?. Como vienen los tiempos y los hijos no está mal pensarlo de antemano. Y pensar también cuánto nos equivocamos cuando sobreponemos nuestra soberbia e ignorancia ante la sabiduría de la naturaleza.»
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Ante un artículo tan evidentemente bien intencionado, es difícil reaccionar con la vehemencia que exigen sus múltiples confusiones, malosentendidos y tambaleantes cadenas argumentales (evidentemente religioso-morales, pero disfrazadas de imparcialidad: yo sé que Lourdes va a decirme que sus argumentos no son religiosos). Un lector apresurado podría traducir mucho más agresivamente mis sustantivos a solo dos: «Idioteces y Malaleche». Me voy a tomar el tiempo para buscar una solución al dilema y ofrecer, entonces, una respuesta vehemente y cordial.
Comencemos por el título. Es peligroso y equivocado. Peligroso, porque hace referencia a una semántica abiertamente violenta, la semántica nacional-socialista antisemita del «Problema Judío». Entiendo que no fué la intención de Lourdes trazar un paralelo tan poco feliz, pero la forma en la que decimos algo también transporta un mensaje, independientemente de las intenciones del redactor. Hablar del «Problema Homosexual» despierta inmediatamente una asociación ideológica en el lector medianamente informado, le guste o no, lo haya buscado así o no quién lo dice. Además de ser peligroso, está equivocado: el problema al que hace referencia no es un problema «homosexual»2; el problema, en todo caso, es uno de aceptación y tolerancia. Hace poco, traduciendo una entrevista al filófofo esloveno Slavoj Žižek, me encontré con una interesante frase de Hegel: «A veces, la maldad está en los ojos de quien la percibe». El «Problema Judío» eran aquellos que tenían un problema con los judíos, y el «Problema Homosexual» radica, sin lugar a dudas, en aquellos que tienen un problema con los homosexuales.
En el primer párrafo, Lourdes cae en la más grande tentación de un periodista: la manipulación. Comienza diciendo, en pocas palabras, que los homosexuales se ponen en el lugar de víctimas, abusando de los conceptos de «discriminación» e «intolerancia», que muy al pasar califica de «lucrativos» (sic!) y en seguida cae en la falacia del hombre de paja, al atacar un supuesto argumento inexistente3
El segundo párrafo es duro: comienza con un rechazo categórico de las principales exigencias de la parte homosexual de la sociedad hacia la otra, y estas son, justamente, «que puedan besarse, abrazarse y ser vistos como iguales en el plano sexual». Cabría preguntarle a Lourdes como piensa dialogar con los homosexuales siendo tan intransigente a la hora de negociar o, mejor dicho, negándose a priori a la posibilidad de una negociación. Si es que existe un problema, (como ella nos indica en el título), y si es que la solución no ha de ser una solución final, es de una urgencia inminente que por lo menos, consideremos la posibilidad de negociar. Además, no veo cuál es el problema de que puedan expresar su amor de la forma en que quieran: ese «mundo color de rosa», al que tanto le teme Lourdes, ya existe en las partes más civilizadas de este mundo: en Escandinavia, en Alemania, en Holanda, en Inglaterra y en Australia, por nombrar unos pocos, los homosexuales salen a la calle de paseo o de compras, y a la vista de todos se abrazan, se besan y son vistos, por todos, como «iguales en el plano sexual».
Luego hace Lourdes una reflexión a primera vista intrascendente y, observada con más detenimiento, abiertamente religiosa: «El encuentro entre un hombre y una mujer será siempre el motor de la historia. Nadie investiga si entre dos hombres puede haber concepción». Digamos que el encuentro sexual entre un hombre y una mujer ha sido la condición de posibilidad (única hasta hace algunas décadas) de la reproducción biológica del ser humano. Proclamar esa intrascendencia como «Motor de la Historia» es ingenuo o manipulador. Por otra parte, nadie debe «investigar» si entre dos hombres (o entre dos mujeres) puede haber concepción. No puede. Y aquí radica lo religioso del planteo de Lourdes, compartido por muchísima gente, que ven a la sexualidad humana como un medio de procreación y nada más. Pues no lo es. La sexualidad es una forma (muy sofisticada) que tenemos los seres humanos para conocernos mejor, para divertirnos, para comunicarnos. También es una forma de procrear (¡ni más ni menos!).
Esa tenaz comparación con «lo natural» carece de sentido al referirse al ser humano: si bien somos parte de la naturaleza, hace mucho tiempo que dejamos de estar sometidos completamente a ella; y el funcionamiento de algunos procesos, que alguna vez fueron parte de una conducta instintual, pasaron a formar parte de nuestra cultura. Los animales debemos comer para sobrevivir, pero nosotros, además, desarrollamos la gastronomía. Los animales debemos protegernos de las inclemencias del tiempo, pero nosotros, además, creamos la arquitectura. Los animales incapaces de adaptarnos al medio pereceríamos en un contexto de selección natural, pero nosotros nos organizamos en una red social capaz de soportar la caída de individuos desafortunados. Los animales debemos mantener relaciones sexuales para mantener a la especie y nosotros, además, tenemos una sexualidad. La gastronomía, la arquitectura, la sociedad y la sexualidad son manifestaciones de un desarrollo cultural que nada tiene de «natural» en el sentido biologista del término. En este contexto y analizado fríamente, el único motivo para encontrar aberrante las prácticas homosexuales y, por consiguiente, exigir su regulación y discriminación (no otra cosa se desprende del texto de Lourdes) es uno de moral religiosa, que en los estados laicos como los nuestros nada tiene que hacer (y asumo que Lourdes encuentra agradable la idea que se esconde detrás del laicismo estatal). Es más: si nos detenemos a mirar el mapa sobre la la legislación de la homosexualidad en el mundo, veremos una clara correlación entre la intromisión religiosa en los asuntos políticos, por un lado, y el grado de rechazo a la homosexualidad (que se traduce en la pena capital, en algunos casos extremos)
Aquí radica el nudo del problema, porque (admitámoslo) el rechazo a la homosexualidad surge del pánico de un sector de la sociedad que ve en las prácticas homosexuales algo aberrante, pecaminoso, inmoral y contagioso. No entienden que la orientación sexual no es una elección: hay personas heterosexuales y otras homosexuales. Siempre las hubo. La humanidad no va a dejar de tener hijos si se vuelve más «permisiva» a éste respecto. No es la intención de los homosexuales la de «convertir» al resto de las personas. Ni siquiera es algo ligado a la educación: las parejas homosexuales que han logrado adoptar niños (las hay), no brindan a sus hijos una educación «homosexual», así como las parejas heterosexuales no brindan una educación «heterosexual» en el sentido de transmitir la inclinación heterosexual de los padres a su prole (pueden transmitir prejuicios, eso sí, y ayudar a la reproducción del problema, pero ninguna pareja heterosexual pudo evitar que sus hijos fueran homosexuales, llegado el caso. Tome a cualquier homosexual del mundo como ejemplo: todos tuvieron un hogar heterosexual)
El siguiente párrafo, sobre Fernando Peña, es también abiertamente manipulador. (Lamentablemente, esta deconstrucción está mostrando un lado poco feliz detrás de la llamada al diálogo). Dice: «Peña se sabía diferente y lo aceptaba. Sufría, como lo confesó muchas veces, una gran tristeza. Pero sobre todo el alud de críticas era él mismo y se las arreglaba para lidiar con su mal genio y su soledad. Su mordaz sinceridad ganó también a un gran público heterosexual.» Peña era, antes de ser homosexual, un artista. La inclinación sexual de cualquiera no es un adjetivo laboral. En ese marco, la última oración está de más, pues el «también» implica «aún»; ahí lo que la periodista nos está diciendo es que Peña «…ganó a un gran público heterosexual aún siendo homosexual», lo cual es un gran sinsentido. La genialidad y el talento son características humanas, pero ni hetero- ni homosexuales.4. Y antes, nuevamente, manipula Lourdes el lenguaje de una forma soez, al escribir «sufrimiento», «tristeza», «mal genio» y «soledad» inmediatamente después de la palabra diferente, insinuando que el sufrimiento y la tristeza eran consecuencia de su condición de diferente. Quizás sí o quizás no; pero en todo caso, lo reprochable de esa fórmula es pretender extenderla a todos los homosexuales e insinuar, simplemente con una forma de redactar, que ese tipo de diferencia genera angustia y soledad5.
Hacia el final, Lourdes afirma que «Los homosexuales han conquistado derechos presionando a los políticos y creciendo en organización» No. Los homosexuales han ido conquistando derechos porque la sociedad está cambiando y, con ella, su moral: se ha vuelto más tolerante, menos pacata, menos atada a un sinnúmero de mandatos religiosos de dudosa utilidad social. La moral social no es algo inamovible; cambia con el tiempo.6
En cuanto a la pregunta final:
“Papá, ¿por qué se están besando esos dos señores/as” ¿Qué respuesta sería la correcta?.
Solo cabe una respuesta correcta. Es muy simple, la misma que debemos dar ante el beso de una pareja heterosexual: «Porque se aman».
- En el artículo original figura la (¿auto?) censurada frase «Estábamos bien hasta que a un pu… se le ocurrió la idiotez de querer casarse con otro pu…», (me consta que Peña no usó los puntos suspensivos). [↩]
- o sea: perteneciente a los homosexuales; y aquí reitero que la forma de expresar una idea se convierte en parte de la misma, y así las cosas, no pueden aceptarse correcciones ulteriores; hablar del «Problema Homosexual» es hablar de un problema aparentemente causado por los homosexuales y no de uno concerniente a la sociedad en su conjunto [↩]
- Si bien es cierto que la explotación sufrida por los esclavos africanos en las colonias inglesas de américa, que continuó luego de la conformación de los Estados Unidos de América y hasta la guerra civil estadounidense, nada tiene que ver con la actual discriminación hacia los homosexuales; el argumento es que «se sienten como los negros en EEUU» a partir de aquel momento, es decir: sienten una la discriminación similar a la post-esclavizadora en norteamérica, que todavía hoy, en menor medida, persiste. Desconocer este hecho es, por lo menos, curioso. [↩]
- Quiero creer que Lourdes no juzga el histrionismo de un actor, o el profesionalismo de un médico, o la aptitud de un piloto de avión según la inclinación sexual de las personas que se esconden detrás de los personajes [↩]
- Asumiendo que exista esa angustia causada por la condición de «diferente», no es exactamente así: la angustia surge del aislamiento y el rechazo, no de la condición de diferente por sí misma. La verdad es que el tema da para un desarrollo más complejo, pero muy sintéticamente, el argumento que se desprende de esa observación, es un argumento muy cínico. Es decir: «¿Ves? Ser homosexual causa depresión» cuando en realidad es la intolerancia de quién pronuncia ese argumento contra los homosexuales la causa del malestar. Si no existiera la homofobia, no existiría esa angustia (y la diferencia seguiría existiendo). [↩]
- no así la moral «divina», pero Lourdes no hace referencia a ella: en su respuesta del 09/03/10, 18:18, a un comentario al mismo artículo al que se hace referencia aquí, escribe: «No hay […] referencia a La Biblia, solo a los hechos fehacientes…» [↩]
Ummm, muy bueno, es lo mismo que dije yo, pero claro mucho mas desarrollado.
Pero bueno, no hay que pedir peras al olmo. Este nivel de razonamiento solo pocas personas pueden entender.
Asi como para vos y para mi fue facil identificar las falacias del articulos, para otros es facil ver los puntos que concuerdan con sus pensamientos.
En fin…
Excelente análisis del artículo. Creo que has dado en el clavo mencionando que sus argumentos tienen un cierto tinte religioso-moralista.
Queda clara la idea (luego de leer las respuestas de la autora a las críticas de los lectores) de que para ella otorgar iguales derechos a los homosexuales sería una especie de “libertinaje sexual” (desde la óptica religiosa claro, óptica siempre tan obsesionada con el sexo y con qué hacen los demás en la cama). Algo intolerable para nuestra cultura latina fuertemente basada en la doctrina cristiana católica. Visiblemente, todo el “problema homosexual” que se plantea gravita en torno a esta cuestión. Claro está, se agregan algunos condimentos respecto a la adopción de niños que ya no comento porque lo dejaste en claro con tu análisis.
Por supuesto, ella lo negará a muerte, como lo hacen los cristianos sofisticados de hoy día, con un lema de “somos tolerantes, pero no nos pidas tener los mismos derechos” lo que ocultan en esta frase es el motivo de tal negativa “porque nuestros motivos religiosos nos lo impiden hacerlo”.
querido, te aplaudo.
si se dan un pico: son rusos; si se están matando: son putos.
Peña carecía de talento artístico, era un nazi sanisidrense que por pertenecer a una sociedad retrógrada se creía un transgresor por el solo hecho de ser homosexual, y hay mucho de cierto que hizo de su condición un recurso económico, y lo que también puede ser cierto es que la aceptación por parte de la sociedad que ante otra persona hubiese reaccionado con rechazo, fue más por su lado nazi que por su supuesto talento. Es «el corporativismo sexual»… Hermafrodita pag. 2