Con casi 35 años en este planeta cabría decir que estoy bastante grandecito para desilusionarme con cualquier cosa. Hace mucho tiempo que leí y entendí la famosa frase de Jean-Paul Sartre cuando dijo que «como todos los soñadores», él había confundido «el desencanto con la verdad». Ya sé que la tristeza es una cosa y la verdad otra, que a veces la abarca… y a veces no. Y también entendí su significado real, que está apenas un poco más escondido: nada es absolutamente bueno o absolutamente malo y por lo tanto, cuando algo nos decepciona no es a causa de ninguna traición, engaño o mala leche del objeto de adoración: la construcción de ídolos en sí misma es la que siempre estuvo equivocada.
Siempre.
Y aunque desde hace mucho que me creo iconoclasta no puedo, sin embargo, evitar sentirme defraudado, desencantado y triste. Al final, uno de los depositarios más grande y brillante de nuestros ideales resultó ser tan pequeño, mezquino y pacato como todos aquellos badulaques pequeños, mezquinos y pacatos a quienes aprendimos a despreciar acompañados por su voz, que en algún momento fué también la nuestra.
Y esto, que realmente termina pareciendo un desencantado discurso adolescente, esconde un temor más profundo: ¿Seremos también nosotros capaces de denigrarnos así? ¿Es realmente el destino inexorable de cada hombre acabar sumergido en una ridícula, intrascendente, privada, mezquina, idiota y absurda versión de la Guerra de los Roses?
Hace poco escuché a Symns decir «Los autos son una publicidad de los caminos, y los caminos son una publicidad de los tanques. Todo está hecho para La Guerra.» ¿Cómo escapar de semejante pesimismo?
Realmente: estoy harto del poder. (Gracias por el título, @ricardogime)
La siguiente es una carta abierta del Indio a Skay, en respuesta a comentarios de este publicados en «La Nación»:
«Hasta el día de hoy y tratando de proteger la memoria de una de las bandas más queridas por sus seguidores, he callado los verdaderos motivos de la separación artística de los redondos…
Acabo de leer las declaraciones de Skay al medio «La Nación» donde sugiere que dicha separación fué motivada por la intención de «álguien»de apropiarse de la gloria del grupo (nadie puede pensar que fueran Semilla, Walter o Sergio). Además si, como dice, tanto le aportaba el grupo ¿que fué lo que impidió que siguiera con ellos?
Todavía ahora tengo para mí que no se puede arrebatar un éxito genuino. Basta dejar correr un poco el tiempo para que todo quede en claro. Lamento que la alta espiritualidad de Skay, producto de su viaje a Fez, no haya despertado antes de los sucesos que me dispongo a detallar y que son, desgraciadamente, bastante más materiales que las «diferencias artísticas» que en entrevistas anteriores supo esgrimir como los motivos del fin del vínculo.
Los soportes de grabación (audio y video) de todos los shows de los redondos (Huracán, Racing, River, etc.) quedaron en depósito en casa de Skay porque Poli era la encargada de contratar los servicios que los proporcionaban. Esto nunca me incomodó por que confiaba en una amistad de muchos años.
Un par de años antes del final se me ocurrió pensar que algún motivo (un accidente?) podría hacer que me viera obligado a reclamar ante parientes y desconocidos lo que por derecho formaba parte de mis intereses.
A partir de ése momento, esporádicamente y con más pudor del necesario, pedí se hicieran copias para tenerlas a mi guarda y que a su vez sirvieran de protección.
Siempre coincidieron (de palabra) en que era lo aconsejable. Pero extrañamente, el tiempo pasó y siempre esgrimían una excusa.
La noche definitiva (un rato antes estábamos en un bar hablando con un cronista sobre un próximo show) me puse firme en mi requerimiento y ésa actitud desembocó (ante la negativa) en el rompimiento de la sociedad artística.
Hasta el día de hoy Poli y Skay están sentados sobre ése material, cuya custodia artística he reclamado en silencio público hasta hoy.
Sigo con mis dudas al correr éste velo, pero las declaraciones vertidas por Skay me han obligado»
Indio
[EDIT 04/2023] En su momento, reproduje la carta íntegramente no solo porque me resultó imposible elegir el más triste, mal-escrito y patético de los pasajes (todos los son por igual) sino porque no quise que en la descontextulización se perdiera la magnitud de la decadencia a la que más arriba hacía referencia. Gente adulta; artistas consagrados devenidos en millonarios, con supuestos altísimos valores morales y que habían logrado hacernos creer a todos que compartían la magnífica idea de que el silencio televisivo es una virtud y que la Obra de un Artista habla por él, ahora peleándose como dos criaturas caprichosas por un sánguche y una coca (por Poder, en realidad; y del mezquino, del que no sirve para construír nada), y que —según sus propias palabras— veíanse obligados por las circunstancias a convertirse en viejas chismosas que dedican su tiempo a pasearse por cuanto reality-show se le ponga enfrente para hablar pestes de quienes en algún momento fueron sus compañeros de viaje.
Cuanto asco sentimos entonces.
Hoy, más de una década después de haber plasmado esa desilusión que nos invadió a muchos y que (cual virus revelador) nos enfermó lentamente y nos hizo sentir tan mal, leí un tweet que removió aquella desilusión:
Rosario tiene razón. Hace diez años la sensación de incomprensión, tan triste y desalentadora, no había tomado las proporciones épicas de la decadencia, la traición, el abandono y el horror en el que terminaría convirtiendose aquella primera premonición fatal.
Pobre Indio, pobre Fito, pobre Gieco.
Pobres todos nosotros.
Y si. Inexorablemente seremos víctimas del óxido; empelotudizador silencioso; capaz de hacer del poeta un pregonador panfletario de sus piedritas y sus miserias. Maldito orden de las cosas… maldito, maldito!
[…] supuesto que aún así hay siempre cosas puntuales que destacar y que aplaudir. En mi artículo anterior acabo de escribir que nada es absolutamente malo ni absolutamente bueno; lo cual también es […]