Un gran Lebowski y otro aún mayor

Una góndola de supermercado, desierta y bañada en luz de neón. La escena transcurre en el interior de un local; sin embargo, no puedo evitar la sensación de que nos encontramos al atardecer o al amanecer, pero ni de noche ni de día. Jeff Lewobski, despeinado y desaliñado, vestido con pantalones pijama, una T-Shirt con la que parece haber dormido, por encima una bata, alpargatas y anteojos de sol, se acerca a una de las gódolas, toma un tetrapack de leche, lo abre, lo huele, bebe un sorbo (La leche, nos enteraremos con el transcurso de la película, es un ingrediente importante de su principal fuente de alimentación, el White Russian). Los bigtes de su frondosa barba candado se tiñen de un blanco que él no se preocupa en limpiar. Se acerca a la caja y paga los sesenta y nueve centavos… con un cheque. Ignora la expresión de aburrido asombro de la cajera.

Títulos.

El Gran Lebowski no es él, él es El Dude. Bajo el mismo cielo de la ciudad de Los Angeles, existe otro Jeff Lebowski, un millonario local venido a menos pero que no se resigna a perder su status de Señor Burns, y que todavía puede mantener a un Smithers a su lado. Dicha casualidad es el origen de una serie de confusiones que arrancarán al Dude de la apreciada monotonía que forma parte de su rutina; secretarios lamebotas, alemanes nihilistas, productores y estrellas de cine porno, mafiosos postmodernos, una artista plástica políglota y vaginal, un violento excombatiente de vietnam judío (que nunca estuvo en vietnam ni es judío), un adolescente que roba autos por puro aburrimiento, un narrador omnipresente y enigmático, un detective privado incapaz de resolver un solo caso, un jugador de bowling pedófilo, policías amables, policías faccistas, hippies pacifistas y Saddam Hussein son algunos de los personajes que se ven envueltos en una una historia que gira en torno al Dude y que rompe inesperadamnte con las costumbres de una vida dedicada al bowling, al white russian, a la marihuana y a la tranquilidad en cualquiera de sus formas.

El Gran Lebowski es eso: una comedia de enredos. Pero con una profundidad inesperada y melancólica, una pulida estética visual, diálogos impecables, un humor inteligente y una detallada elaboración de los personajes; en una palabra: una excelente dirección. Cómo si ésto fuera poco, la fotografía, la producción y sobre todo, la banda sonora son sencillamente deliciosas. Ésta es una de esas películas en las que todo encaja, en donde al querer analizar su composición es muy difícil definir la línea que separa el esfuerzo del talento, pero en la que se evidencia una enorme dósis de ámbas cosas. Una película que, sin ser imprescindible, es como todas las de los hermanos Coen: inteligente y bella, con una narración en donde paulatinamente se mezclan la realidad y el sueño y en la cual lo plausible puede ser bizarro, pero lo bizarro nunca llega a convertirse en absurdo.

¿Podemos pedir mucho más?

Ficha Técnica:

Producción: Ethan Coen, 1998, USA / UK
Dirección: Joel Coen
Libro: Ethan & Joel Coen
Banda Sonora: Carter Burwell
Elenco: Jeff Bridges, John Goodman, Steve Buscemi, Philip Seymour Hoffmann, John Turturro
Duración: 112 minutos


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