A nivel mundial, las reacciones a los atentados ocurridos el 11 de Septiembre de 2001 en New York y Washington abarcaron desde la reprobación, la incomprensión y el odio más decididamente amargos de los norteamericanos y europeos hasta la más descontrolada alegría de los grupos anti-americanistas de medio oriente, pasando por la hostil indiferencia latinoamericana, una mezcla de aprobación silenciosa y esperado ajuste de cuentas1. Pero ¿cuál es el orígen del terror? Lanzar alaridos consternados sirve tan poco como regodarse de vengativa satisfacción, actitudes ambas más dignas de un niño encaprichado con la razón, que de un adulto comprometido con la verdad. Con esto no quiero decir que ignore el papel que ha jugado la CIA en los últimos 50 años de la política exterior norteamericana, ni quiero minimizar la locura premoderna y fundamentalista, solo señalar que la “Verdad del Extremismo” (extremismo entendido aquí como la posisión mas extrema de cualquier ideología) no representa “más” verdad; sino menos: incapaz de elevarse sobre las cosas y ver todo el contexto.
El extremismo se sirve de simplificaciones que ayudan a reducir complejidad, pero que como toda simplificación (por su cáracter de exclusividad), no le hacen honor a la verdad: la “lucha” (entre “buenos” y “malos”) la “Defensa de la Libertad”, emotivas acciones simbólicas como el izamiento de la bandera norteamericana sobre las ruinas del WTC, o la quema de esa misma bandera en manos de una multitud enardecida en Paquistán o Palestina, el “Mundo civilizado”, “Al-Qaeda”, son conceptos que dan la impresión de reordenar el mundo en un “adentro” y un “afuera”, de poder identificar y (por sobre todo), castigar a “los culpables”; en una palabra: de encontrar un lugar para la propia acción. La realidad es mucho más compleja, las raíces del problema no se encuentran ni en la política exterior de un determinado país, ni en las barbas de un acaudalado industrial de Arabia Saudita: las raíces del problema están encarnadas en la forma misma de la sociedad.
La sociedad moderna no se divide en naciones o pueblos: son mas bien los sistemas funcionales los encargados de esa diferenciación. Segun la Teoría General de Sistemas (TGS), las naciones son, a lo sumo, entidades segmentarias subordinadas a sistemas funcionales como la economía, la política, la ciencia, la religión, etc. Estos sistemas carecen de centro; se los puede denominar y hasta incluso categorizar moralmente (bueno/malo), tarea por completo inútil, ya que los sistemas funcionales poseen una inherente indiferencia a la moral y clasifican su campo de acción con códigos altamente abstractos (pagos vs. carencia de pagos, ejercicio del poder vs. no – ejercicio del poder, verdad vs. no -verdad, fé vs. carencia de fé, etc) Además, están regidos por la Autopoiesis, es decir: son irritables, pero no interventibles, por su entorno. Son independientes, pero no autónomos (ya que requieren del entorno para poder existir como diferencia). La única manera de reducir la complejidad del entorno es la comunicación: los Sistemas Sociales producen comunicación a partir de la comunicación, transforman la información del entorno a códigos utilizables por el sistema en cuestión, actúan y se transforman así en entorno de otros sistemas. En contraposición a la teoría clásica de la comunicación, donde todo el mundo se entiende sin problemas2, la TGS analiza la comunicación como una entidad que sintetiza información, mensaje y comprensión, y constituye el núcleo generador de sociedad. Comunicación nunca es libre intercambio de “Outputs” e “Inputs”, sino traducción de un determinado Output en un determinado (y diferente) Input3.
Cada Sistema Funcional produce inclusión y exclusión en igual medida, o dicho en otras palabras: el orden genera desorden, el saber genera ignorancia, el poder genera oposición, y así suscesivamente. La dinámica interna tiende a autoequilibrarse mediante un sistema de integración de posibilidades, en la medida en que otorga mayores (integración suelta) o menores (integración estricta) grados de libertad individual. Esta categorización de los grados de libertad individual desaparece por completo si el sistema falta (no ya este abogado o aquel juzgado: ninguno; no ya este partido político o aquel otro: ninguno; no ya esta o aquella forma de gastar dinero, ya que no hay dinero), y cada sistema faltante entorpece la acción de los demás, ya que elimina la comunicación con el medio: sin economía, sin política, sin educación, sin ciencia, sin arte, tan solo con una religión que no ofrece alternativas (porque lo acapara todo), que opera de manera fundamentalista, que instituye de hecho (para seguir usando la terminología sistémica), la integración mas estricta posible. En este marco, no es de extrañar que aumente la predisposición individual a la violencia, incluso a la violencia extrema: aquella que glorifica la autodestrucción del individuo, la única libertad posible en un mundo sin libertades: la de morir por un ideal. Esta predisposición social es sabiamente usada por las organizaciones islámicas fundamentalistas, quienes se sirven de ella para poder actuar como sistema.
El objetivo de la sociología en general y de la TGS en particular no es normativo, sino por el contrario, es meramente descriptivo. Aún así, se pueden trasladar los conceptos desarrollados anteriormente a escenarios ficticios o reales para buscar soluciones a problemas concretos. Visto desde este ángulo, la respuesta del mundo occidental a los atentados del 11 de septiembre fué lo peor que se podría haber hecho. No tanto por haber destituído a un gobierno déspota y fanático, sino por haber producido un tipo de comunicación que reafirma y fortalece al sistema del terror. El bombardeo de la OTAN a Afganistán no solo contribuyó a mejorar la imagen de Osama Bin Laden en medio oriente, sino que también reafirmó el accionar del terror y aumentó el odio fundamentalista, y con seguridad ayudó a aumentar el número de sus filas, al haber dado lugar a la escalada del conflicto Palestino-Israelí y Ruso-Checheno. Una respuesta mas certera hubiese sido apoyar a los grandes movimientos democráticos que (aunque en su mayoría en la clandestinidad) existen en todos los países de oriente medio. Con esto se crearían, a largo plazo, las condiciones para la formación de un sistema pluralista, que garantize en cierta medida el desarrollo y la libertad individuales. Baste citar aquí la evolución de Irán, uno de los países categorizados otrora como uno de los más fundamentalistas; hoy con Mohammed Khatami a la cabeza del gobierno, quien intenta sintetizar la tradición islámica con la democracia occidental.
Por supuesto, sería una medida política que no obtendría resultados inmediatos, visibles. Pero daría lugar a una evolución desde adentro, más duradera y mas fuerte. Desde la óptica sistémica, la única solución posible pues, recordemos, los sistemas son irritables, nunca intervenibles.
Bibliografía
Berger, Peter L. | Holy War, Inc. The free press, Simon & Schuster, New York, 2001 |
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Chomsky, Noam | El Terror como política exterior de los EEUU Libros del zorzal, Buenos Aires, 2da. Ed., 2002 |
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Fuchs, Peter | Der Terror der Gesellschaft Revista de Sociología No. 0, Bielefeld, 2003 |
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García Márquez, Gabriel | ¿Cómo se siente? Revista Analítica [Ed. Online], Caracas, 2001 |
Notas
- Véase ¿Cómo se siente? [↩]
- Recordemos el modelo clásico de la comunicación: “Emisor -> Mensaje -> Medio -> Receptor” [↩]
- No cabe duda que el mensaje fundamentalista mas efectista de todos los tiempos (las imágenes de las torres gemelas derrumbándose) es comunicación, y que dicha comunicación ha sido elaborada de diferentes maneras, según el sistema funcional que opere con (que comunique) esa comunicación. El derrumbe de las torres es una “declaración de guerra al mundo civilizado”, un “golpe certero”, “venganza”, un “hecho bárbaro”, “voluntad divina”, un “fracaso de los servicios de inteligencia”, un “efectivo plan logístico”, un “acto suicida”, etc. [↩]
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